Pocas personas conocen tan bien el
mundo de las cofradías, de quienes forman parte de ellas, de sus
comportamientos e idiosincrasia, como el escritor, periodista y profesor de
Historia del Cine, de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla,
Carlos Colón Perales. Este amante del cine, afición que comparte con el estudio
sentimental y antropológico de la Semana Santa sevillana, fiel seguidor de las
enseñanzas de populares de Núñez de Herrera y Chaves Nogales, mantiene las
firmes tesis de que sin los capillitas las hermandades y cofradías de nuestra
ciudad, existirían evidentemente, pero serían una cosa muy distinta a las que vemos en la
actualidad.
Sin ellas, la comprensión de la
liturgia y la solemnidad de la Iglesia no habrían enraizado de manera tan
peculiar en esta tierra. Ellos hacen posible el culto, casi diario, de sus
imágenes, posibilitan que templos permanezcan abiertos, y su manutención y
conservación perfectamente cubiertos, detrayendo los gastos que conllevaría su
mantenimiento de las cuentas del Arzobispado, que puede dedicar esas cantidades
a otros menesteres sociales, tan imprescindibles y necesarios en la actualidad.
Favorecen y procuran esplendor a sus cultos y actos, intentan dar lustre y
mantener vigentes las tradiciones que les fueron legadas por sus antepasados,
una transmisión que se salvaguarda y sostiene gracias al mejor patrimonio
sentimental. Sin el trabajo oculto, a veces denostado y no reconocido, sin la
dedicación exclusiva, en muchos casos, y desinteresada siempre, sin la entrega
desprendida de cualquier interés que no venga impregnada por el sentimiento
devocional a las Imágenes Sagradas, las cofradías sevillanas no hubieran
evolucionado ni habrían alcanzado la notoriedad que podemos disfrutar en los
inicios del siglo veintiuno.
Carlos Colón posee una sensibilidad
especial para transmitir emociones, para recogerlas en sus magníficos artículos
periodísticos. Tiene el don de la certeza más absoluta en sus pronunciamientos
y difícilmente se equivoca cuando se pronuncia. Su basta cultura, de la que
nunca presume, no es capaz de solapar su ingente capacidad de comunicación, de
acercamiento a cualquier clase social, a las que llega y acerca con una
humildad insultante. No hay superficialidades en él y sólo la contundencia de
la verdad puede procurar el enojo de quienes le oyen o leen.
Ya nos asombró con su magnífico
pregón de la Semana Santa, tal vez uno de los mejores que se han pronunciado, para
mí lo es junto al de Joaquín Caro Romero, por su teologal profundidad, por su
valentía devocional, por la hermosura de las palabras que dedicó a su Cristo
del Calvario, a la Amargura, al Gran Poder o la Virgen de la Esperanza Macarena
o el relato del desfile de los Armaos. Ya nos asombró con su peculiar forma de
entender la Semana Santa cuando profirió, y dejó a los vientos de esta Sevilla
tan obsoleta en sus raíces, tan estricta en sus comportamientos, uno de los
mejores artículos que se han escrito sobre el entendimiento y la comprensión
de esta fiesta religiosa, columna que escribió
en el periódico El País, y que tituló “Kofrades”.
Prolífico autor sobre estos temas, también
nos ha sorprendido con obras de audiovisuales excelentes. Guionista de la obra que
dirigió Manuel Gutiérrez Aragón “Semana Santa”, ha sido también guionista y
director de la película “Luz y Gracia de Sevilla” que se proyecta, diaria y
constantemente, en el museo de la Hermandad de la Macarena, o coordinando las
colecciones que Diario de Sevilla promociona junto a su edición de papel. Ahora
llega una obra exquisita, una visión de la Semana Santa distinta, pues quienes
nos la enseñan son devotos, capataces, costaleros, capillitas, artesanos, la
gente de a pié que se detiene ante la puerta de una iglesia para observar el
altar de cultos, el monumento alzado para mejor gloria del Señor o su Madre, o
saborear los momentos que se recogen en las fotografías del gran anunciador visual
que Jesús Martín Cartaya.
Carlos
Colón siempre apuesta por la excelencia de lo popular, por la naturalidad de lo
bello, por encontrar en las entrañas de las emociones cuanto de verdad esconden,
para difundirlo sin pudor pero con exquisita caballerosidad, propuestas que
llegan a engrancdecer a quién la realiza y a quiénes la reciben. Y a fe que los
consigue.
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