
La distinción a esta mujer no es más que obrar en justicia, no es más que el
reconocimiento público por quién se ha dejado la vida en intentar acercar la
felicidad a los demás con su esfuerzo, dedicación y trabajo. Éstas son las
armas contra las que se enfrenta a la adversidad, agregando ingentes dosis de
generosidad.
Esta mujer fue, la que siendo directora de los Altos Colegios, movió cielo con
tierra para instaurar, en una de las fachadas principales del edificio, un
majestuoso retablo cerámico de la Santísima Virgen de la Esperanza Macarena,
para que protegiera y amparara a los niños que reciben su educación en la
centenaria institución. Fue precursora del movimiento que permitió, a las
mujeres su inclusión en la estación de penitencia, igualando en derechos y
deberes su participación en las Hermandades. Sus inquietudes cofrades, que
comparte con las literarias, le llevaron a ser miembro fundador de la Hermandad
de Pino Montano, hecho que supuso un hito en su vida y del que se siente, como
todos los proyectos que emprende, muy orgullosa. Ha sido también la primera
mujer en ocupar el atril de uno de los principales y más importante pregones de
la ciudad, el de las Glorias de Sevilla, aunque con anterioridad ya se había
curtido en estos bagajes literarios y unos años antes, la Junta de Gobierno de
la Hermandad de la Macarena, presidida entonces por D. Juan Ruiz Cárdenas, no
dudó en designarla pregonera de la Esperanza. Pero su inagotable vitalidad, su
enjundia transmitir vigor y no caer nunca en el desaliento, la hizo
comprometerse con el proyecto para formar parte de la candidatura que D. Adolfo
Arenas Castillo presentó para el Consejo General de Hermandades y Cofradías de
la ciudad, en donde se responsabilizó de uno de los retos más difíciles y
comprometidos de la misma: el proyecto Fraternita, cuyo programa se desarrolla
en la sevillana Barriada del Polígono Sur, una de las zonas más deprimidas de
la ciudad y donde ya ha dejado marcada su positiva impronta, no sólo poniéndolo
en marcha sino auspiciando su continuidad, solidificando las bases para que
esta parte de la ciudadanía con tan escasos recursos puedan mirar al futuro con
Esperanza.
Maruja Vilches es una mujer encantadora, gentil, amable, extrañamente sencilla
que ha sabido preservar su identidad en un mundo tan dado al servilismo y a la
maledicencia, que ha sabido guarecerse en la generosidad de su entrega. No es
fácil llevar a buen puerto este proyecto común de las Hermandades sevillanas,
tan proclives al egocentrismo y a la presunción. Coordinar estos recursos
requiere de un esfuerzo titánico, casi dedicación exclusiva. Pero Maruja, desde
que la conozco, nunca ha puesto reparos al trabajo. Por eso alterna ahora la
dedicación de esta importantísima empresa como la responsabilidad propia del
cargo de Hermano Mayor de su queridísima hermandad de los Javieres, donde
recurre un hecho insólito, ya que su esposo ha sido también máximo dirigente de
la Hermandad del Cristo de las Almas.
Ayer le fue reconocida justa y públicamente toda esta épica, toda la dedicación
que ha demostrado en favor de los que menos tienen. No importa –verdad Maruja-
que se intenten poner chinas en los zapatos cuando se reciben estas
recompensas. Y no me estoy refiriendo –que también, evidentemente, porque no
obraríamos en justicia- al majestuoso galardón que depositó en sus manos el
alcalde de la ciudad, sino al que pusieron en su corazón y su alma los niños
del Polígono Sur cuando, ocupando el escenario donde se prodigan tantas
hermosas y variadas ficciones, sincera y espontáneamente su abrazaron a su
prócer. Ése sí que se va a perpetuar en la memoria de Maruja mientras que su
Cristo de las Almas la mantenga con vida.
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